SISMOS, BAHAREQUES Y ARQUITECTURA REPUBLICANA

Jorge Enrique Robledo Castillo
Samuel Darío Prieto Ramírez

Del bahareque a la tapia

Las primeras construcciones que se levantaron en Manizales fueron "ranchos de vara en tierra", con techos de paja o de cáscara de cedro. Eran tan frágiles, que se intentó convencer al cabildo para que prohibiera la cría de cerdos en las calles del rancherío, porque esos "demonios" -decían- les tumbaban las habitaciones. Pero a la postre se impuso el punto de vista de los fundadores con mayores perspectivas, quienes con razón alegaron que con los ingresos que generaban los marranos se podrían construir casas "mejores".

En 1857 se estableció qué se entendía por viviendas "mejores". En esa fecha, Marcelino Palacio, el más adinerado e influyente de los fundadores, trajo de Antioquia al maestro Lucas López para que le construyera la primera casa "de tapias y tejas" que hubo en Manizales. De esa manera se trasladó a lo que ya era una pujante villa la tradición antioqueña, la cual indicaba que las buenas edificaciones, para merecer ese calificativo, debían erigirse en las gruesas tapias de tierra pisada aportadas por los colonizadores españoles, así como debían cubrirse con tejas de barro cocido del mismo origen. Empezó un período de edificaciones diferenciadas: los más, que poseían menores bienes de fortuna, siguieron haciendo casas de bahareque y cubiertas vegetales; y los menos, que tenían mayores recursos, adoptaron la costumbre iniciada por Don Marcelino.


Los temblores

Pero en Manizales la naturaleza puso en jaque las tradiciones constructivas y los sueños de los fundadores. Desde la década del setenta del siglo XIX, fuertes temblores empezaron a perturbar la tranquilidad del poblado. Y la perturbaron porque las gruesas tapias se fracturaban y colapsaban con relativa facilidad ante los movimientos del suelo, en razón de lo pesadas, rígidas, frágiles y poco resistentes y la carencia de refuerzos estructurales, daños que por supuesto eran más graves en los muros altos y en los de los segundos pisos. Y parecido le ocurría a las paredes de mampostería de ladrillo que excepcionalmente se erigieron para poder darle altos y bajorrelieves al frontis de su iglesia, porque esos muros también carecían de refuerzos estructurales y porque los ladrillos se pegaban entre sí con las muy débiles argamasas artesanales que se fabricaban en la región. La absoluta ausencia de industria, la falta de especialistas calificados, la relativa pobreza prevaleciente y el notable aislamiento de Manizales con respecto a Europa y Estados Unidos hacían impensable el empleo de las tecnologías que popularizara la Revolución Industrial, a partir del hierro y el cemento.

El temblor de 1875 y los dos de 1878 le produjeron daños de consideración a la cúpula y a las torres de la iglesia y a muchas casas. Mas los manizaleños se aferraban a los muros de tapia y el cura párroco insistía en el ladrillo para el frontis de su templo, hasta cuando los fuertes sismos de 1884 y 1885, que terminaron por volver trizas la iglesia y destruyeron decenas de muros de tapia de las casas de dos pisos, también acabaron con las pretensiones del párroco y de los notables del pueblo.


El "estilo temblorero"

Mientras los manizaleños convalecían del último susto, y hasta estaba en juego el propio futuro de la población porque los impresionados emigrantes se rehusaban a afincarse en ella, alguien hizo notar que en la casa de dos pisos de Ricardo Arango no se había presentado daño alguno. Y al analizarla, vieron que tenía de tapias el primer piso y "de madera" el segundo. Nació así el "estilo temblorero", pues, al decir de José María Restrepo Maya, "todos los edificios que de allí en adelante se construyeron fueron hechos al estilo de la casa de don Ricardo, bien haciendo de tapias o de ladrillo el primer cuerpo, y de madera el segundo".

A partir de ese momento hasta 1924 -cuando en Manizales se construyó el matadero "moderno", que se hizo de concreto reforzado y mampostería de ladrillo, empleando cemento y hierro importados- las iglesias, los edificios públicos y las viviendas -de ricos y de pobres- se hicieron "de madera, como todos los de Manizales". E igual ocurrió en Salamina, en todo el Antiguo Caldas y en el norte del Tolima y del Valle, regiones que también hicieron parte de la Colonización Antioqueña y en las que se erigieron más de cien poblaciones con edificaciones de bahareque. Por ello no parece exagerado decir que ésta podría ser la más extendida y profunda "Cultura Sísmica Local" del mundo, cultura que también posee como una de sus particularidades su muy llamativa vigencia en los albores del siglo XXI, pues en construcciones con estructuras de guadua y madera aún viven decenas de miles de personas.

Con el redescubrimiento del bahareque en el Antiguo Caldas, la construcción evolucionó entonces como una "arquitectura carpinteril", en la que los maestros carpinteros desplegaron sus conocidas habilidades. Y todas las maderas duras de la región hicieron su aporte, colocándose en los puntos claves de las estructuras, así como aportó mucho la guadua, tan usada en la región. Así, y en una zona sísmica y sin hierro ni concreto, los edificios pudieron ganar en pisos y los pisos en altura, llenarse de vanos sus fachadas, perforar sus esquinas y erigirse sobre los abismos, características imposibles de alcanzar con muros de piedra o de tapia de tierra pisada. Sin el bahareque, otras habrían sido las formas de la arquitectura y el urbanismo de la región y hasta podría especularse si la urbanización hubiera alcanzado el desarrollo que logró.

A no dudarlo, esta fue la primera vez que en Colombia se hizo de manera consciente arquitectura sismorresistente, calidad demostrada hasta la saciedad durante más de un siglo de temblores grandes y pequeños, y confirmada por el gran terremoto del Quindío del 25 de enero de 1999, en el cual quedó también demostrado que el bahareque, aún cuando colapsa, produce menos víctimas que la mampostería y también posee, entre otras de sus ventajas, dejarse reparar con gran facilidad y a bajo costo. Por lo demás, es importante agregar que el excelente comportamiento del bahareque ante los sismos no-solo lo sustenta el empirismo. Así también lo confirman los análisis científicos. Hoy por hoy está claro que su alto nivel de sismo resistencia se explica por su liviandad, alta flexibilidad, resistencia relativa a su peso propio y capacidad disipadora de energía. Propiedades éstas que le permiten al sistema estructural de muros de guadua y madera resistir con mayor competencia las fuerzas inducidas por el sismo, las cuales resultan ser ostensiblemente menores dadas las propiedades dinámicas intrínsecas del bahareque y, además, hacerlo con enorme ventaja económica frente a construcciones sismorresistentes basadas en mampostería y concreto reforzado.


Formas y bahareques

Pero como la arquitectura no debe solo producir cobijo, así sea seguro y barato, el bahareque de la región debió atender a otras necesidades, si se quiere más complejas. ¿Sería capaz de sustentar las formas que exigía la evolución cultural de la sociedad, y hacerlo preciso en el momento en que esa sociedad se transformaba con una rapidez que no se veía desde cuando los españoles vinieron a América? ¿Podría responder a las influencias arquitectónicas que llegaban de Europa y que reclamaba la anhelada "modernización" bajo el estímulo del fuerte crecimiento de la economía cafetera? ¿Lograría asumir diseños que tenían origen en la piedra y en sus sucedáneos el ladrillo y el concreto reforzado? Como se verá, la contradicción se resolvió con no poco ingenio y encanto.

El diseño del capitolio nacional en 1847, marcó el principio del fin de la arquitectura heredada de la colonia, y particularmente de la que se fundamentaba en los muros de tapia, y le dio inicio a lo que en Colombia se conoce como arquitectura republicana, el nombre impropio que se le dio a la forma nacional que asumió el eclecticismo arquitectónico historicista europeo del siglo XIX. El nuevo paradigma exigía edificios con fachadas estrictamente simétricas, ornamentadas con altos y bajorrelieves y sin aleros. Hacerlos simétricos no tuvo misterio, pues eso casi que se resolvía en el papel o en el cerebro de los maestros constructores. Dado que ornamentar los muros no era posible porque los revoques de tierra y cagajón no permitían fabricar rosetones, guirnaldas y angelitos, el lío se resolvió limitando las ornamentaciones a las maderas de las puertas y ventanas, las cuales se tallaron con profusión. E inicialmente no fue posible eliminar los aleros y sustituirlos por los áticos académicos, porque los muros de maderas y tierras primero se deshacen y luego se pudren bajo la acción del agua y porque construir las canales y bajantes necesarias exigía poseer y saber manejar láminas metálicas.

Así, la primera arquitectura doméstica y republicana que se hizo en la región fue simétrica, ornamentada hasta donde se pudo y con alero. Como arquitectura republicana con alero, podría definirse, así ese nombre contenga en sí mismo un aparente absurdo, pues el alero era uno de los elementos formales condenados a desaparecer en las formas de la arquitectura republicana que se habría paso, penosamente, en el Antiguo Caldas y en Colombia. Como se verá adelante, no será solo en este aspecto en el que hubo que redefinir los términos para poder entender lo ocurrido en estas tierras. Si, al decir de Germán Téllez, en Colombia la arquitectura republicana fue "un eclecticismo de un eclecticismo", aquí fue un eclecticismo elevado al cubo, o sea un de un eclecticismo de un eclecticismo de un eclecticismo.

El primero que debió estrellarse con las formas deseadas y las limitaciones del bahareque de tierra fue el mismo cura párroco que tanto insistió para que la iglesia de Manizales se levantara con ladrillos, a pesar de los temblores. Y hasta razón tenía. Que la estructura fuera de maderas y guaduas, vaya y venga. Pero ¿cómo darle dignidad a la casa de Dios si no se la podía proveer de altas torres y de una soberbia cúpula? O peor aún: ¿cómo se verían esas torres y la cúpula si se cubrían con los enormes aleros que se requerían para proteger de la lluvia las maderas y los revoques de tierra y cagajón? El milagro consistió en que alguien tuvo la feliz idea de cubrir toda la estructura de madera -techos y muros- con láminas de hierro galvanizado, las cuales, no obstante lo costosas, podían importarse y llegar a la capital de la Provincia del Sur de Antioquia por los infectos caminos de la arriería. Para completar el acierto se contrataron sus planos con Mariano Santamaría, seguramente el primer colombiano que había hecho estudios de arquitectura en Europa. Y éste, lejos de enredarse en disquisiciones académicas, diseñó una iglesia vagamente neorománica, a la que también dotó de dos series de arbotantes. Seguramente sea ésta la única estructura de madera -¡y arbotantes!- de la historia de la humanidad. Su acción le dio inicio -de paso y en 1893- a otra particularidad: a lo que luego llamaríamos el bahareque metálico, nombre también impropio porque el diccionario define al bahareque como un muro construido con "maderas, cañas y tierras".

Y que el bahareque metálico constituyó un paradigma regional no tiene la menor duda. Así se hicieron, además, y sin mencionarlas a todas, las otras tres primeras iglesias de Manizales, la del cementerio de Salamina y las de Armenia, Pereira, Filandia, Circacia, Santa Rosa de Cabal, Quinchía, Anserma, Villamaría y hasta la de Tadó, en el Chocó, zona de influencia caldense. Así se remodeló también la gobernación de Caldas y se levantó el Instituto Universitario en Manizales, al igual que las casas de los más adinerados. Tanto bahareque metálico hubo en su momento, que Luis Tejada, refiriéndose a esta característica, llamó a Manizales "La ciudad de papel". No sobra advertir que mucho de ese metal se importaba estampado con figuras que imitaban piedras, ladrillos y yeserías y que también se usaba en zócalos y cielos rasos. Y las láminas también fueron decisivas para que la arquitectura doméstica pudiera definitivamente "republicanizarse", porque permitieron hacer canales y bajantes, elementos constructivos sin los cuales no era posible eliminar los aleros.

El otro tipo de bahareque -y ya va quedando claro que en esta historia lo que define al bahareque es la estructura de guadua y madera, y lo que lo califica es el material que queda a la vista-, fue el de tabla. En este caso, lo común era que las tablas se usaran en las fachadas con muy pocas pretensiones formales, como ocurrió en la estación del cable aéreo de Mariquita, en Manizales. Casas de "tabla parada", las llamaron. Pero hubo por lo menos un caso de enorme significado, en Riosucio, Caldas, en el que las tablas le dieron forma a una casa absolutamente republicana: simétrica, ornamentada y sin alero. Este tipo de bahareque alcanzó su máximo esplendor en los interiores de las construcciones, como tan bien lo ilustran varias iglesias en la región. En la de la Inmaculada, en Manizales, por ejemplo, las tablas le dan forma a grandes arcos ojivales, que por supuesto no trabajan como los de piedra, y a unas altas y gruesas columnas neogóticas, las cuales, como no tienen un gran peso que sostener, son, obviamente, huecas. Y para acabar de dejar claro que lo que importaba era que se pareciera a lo que se hacía en Europa, las columnas y los arcos fueron cuidadosamente pintados a brocha para que parecieran de mármol. Afortunadamente, una mano piadosa los despintó hace unos años, dejando al desnudo uno de los más particulares y bellos espacios de la arquitectura nacional y del fenómeno del bahareque.

La evolución de esta tecnología llegó a su fin cuando la inauguración del Canal de Panamá y de los ferrocarriles del occidente del país permitieron importar cemento con menores tiempos de viaje y a precios algo menores, momento en el que el bahareque, en este caso el bahareque en cementado, le dio vida a una arquitectura republicana que en sus fachadas no tiene nada que envidiarle a las otras que se hicieron en el país a partir de muros de piedra o de ladrillo y de revoques con morteros de arena y cemento. Su poder de mimetismo es tal, que hay que hacer verdaderos esfuerzos para descubrir que se trata de construcciones con estructuras de guadua y madera. Y por supuesto que a su éxito también le ayudó que se hiciera después de 1920 y, especialmente, luego de los grandes incendios de Manizales de 1925 y 1926, porque en sus diseños también participaron especialistas con formación académica, incluidos norteamericanos e italianos. Aunque parezca mentira, del centenar y medio de edificios republicanos del centro de Manizales declarados Patrimonio Nacional, aproximadamente la mitad son de bahareque en cementado.

Con el paso de los años, y a pesar del inicio de su franca decadencia, el bahareque también sostuvo ejemplos de las llamadas arquitecturas de transición y modernas. Y desde hace dos décadas, en una especie de renacimiento, se ha usado en todo tipo de expresiones formales, además de los exitosos esfuerzos de algunos por crearle formas propias a las estructuras de guadua.

En resumen, en el Antiguo Caldas, el bahareque, esa tecnología de uso universal y de origen milenario, se hizo en unas condiciones tan particulares que probablemente no tiene parangón en ningún lugar de la tierra. A diferencia de lo ocurrido en los otros lugares donde también se usó, el bahareque caldense no fue la tecnología de una sociedad cuya evolución apenas llegaba al sedentarismo o de grupos sociales que se habían quedado al margen del desarrollo de los sectores más modernos de su nación. Durante cuarenta años, y cuando al mundo ya lo asombraban los rascacielos norteamericanos, fue absolutamente dominante, en las construcciones institucionales y en las de los ricos y de los pobres, en una región a la que la economía cafetera había vinculado de manera definitiva con el mercado mundial y en la que existían bancos, automóviles, energía eléctrica y muchos de los bienes que exportaba la modernidad europea y norteamericana. Para poder asumir las formas que exigía un grupo social en rápida evolución y más de un dejo aristocratizante, se apropió de los materiales importados que llegaban a desplazarlo y terminó por crear un fenómeno tal que hasta exigió la redefinición del término. Y es probablemente uno de los mejores ejemplos que puedan conseguirse de la parsimoniosa transformación del país -en su lucha económica y cultural entre la quietud y el cambio, entre lo nacional y lo internacional y entre el pasado y el presente-, que en muy buena medida caracteriza a la historia de Colombia.


Arquitectura de excelencia

Son muchos los encantos de los caserones de la arquitectura republicana con alero, que tan bien ejemplifica Salamina: Las altas y simétricas fachadas, los largos aleros y sus canes, los tejados de teja de barro que tan bien se ven en ciudades con topografías quebradas, los balcones y las chambranas, las ventanas y las puertas ventanas, los grandes portones y las celosías de los contra portones, los floridos patios y los solares, los canceles de los comedores, los largos corredores y los cielos rasos, todo con frecuentes ornamentaciones que se tallaron o ensamblaron para diferenciar con mesura a unas casas de las otras.

En su camino por republicanizarse, las casas sufrieron una evolución notable. Los largos y anchos balcones corridos por toda la fachada le dieron paso a unos más angostos y localizados en cada puerta ventana y, en algunos casos, envolviendo la esquina entre dos puertas ventanas; luego, los balcones desaparecieron porque las chambranas se desplazaron a ras del muro, un poco adelante de las puertas ventanas; después, esas chambranas se sustituyeron por canceles de madera y, al final, el muro de la fachada también hizo de antepecho de la ventana. Las ornamentaciones de las carpinterías también tuvieron su cambio: pasaron de ser muy sencillas y de líneas rectas, a hacerse profusamente decoradas y con líneas curvas y diagonales. Los muros fueron de lisos a ornamentados. Los largos aleros se hicieron cada vez más cortos hasta desaparecer, sustituidos por los áticos que exigían las formas académicas. Y los patios, los omnipresentes patios centrales que le daban luz a las habitaciones y organizaban las plantas de las casas, se convirtieron en los llamados "vestíbulos", en el momento en que se eliminaron de los primeros pisos y se pasaron a los segundos y allí se cubrieron con marquesinas de vidrio o con cubiertas de teja de barro provistas de iluminaciones laterales. Cuando se sabe que el pasado de esta arquitectura estaba en la arquitectura colonial y que aspiraba a hacerse republicana, no es difícil reconstruir su transformación.


Un espacio público sobresaliente

También están claras las excelencias del espacio público de las poblaciones de la época, seguramente su principal cualidad, la que tanto resalta si se la compara con el caos que crece en las ciudades colombianas de hoy, incluida Manizales.

En las ciudades de bahareque, además de unas fachadas de proporciones gratas, detalles diversos y una fuerte unidad estilística, las edificaciones se levantaron dentro de unas alturas que sin ser idénticas sí mantuvieron su unidad de escala sobre las vías, se paramentaron con total respeto a las líneas definidas y sin dejar espacios sin construir en las calles, a pesar de una topografía excesivamente quebrada, característica esta última que no hubiera sido posible sin las calidades sismorresistentes de las estructuras de madera y sus bajos costos. Tan claros son los rasgos que unifican el conjunto, que éste ni siquiera se pierde por las fuertes pendientes de las vías, desde las cuales, además, aparecen espectaculares vistas sobre el paisaje natural circundante o telones de fondo de calles y construcciones de no menor interés.

Todo esto produjo lo que sin duda es su principal virtud: una idea de calle, de zona e incluso de ciudad, de todo armónico y de respeto y respaldo entre unos edificios y los otros; una unidad dentro de la diversidad, que es lo que en últimas define a los espacios urbanos capaces de impresionar favorablemente la sensibilidad de los observadores. Y esta armonía alcanzó en Salamina y en el Antiguo Caldas un nivel excepcional, porque su arquitectura no tuvo que sobreponerse sobre ninguna otra, porque se erigió en un lapso bravísimo, porque le construyeron unos cuantos artesanos formados en la misma "escuela", quienes por su propia naturaleza nunca compitieron entre sí ofreciendo soluciones notoriamente diferentes a las de sus colegas, y porque el excluyente empleo de un sistema constructivo preindustrial que poseía precisos límites, facilitaba, e incluso imponía, paisajes citadinos de unas calidades que luego solo podrían lograrse en las ciudades del capitalismo que en algo controlaran el libertinaje de los especuladores inmobiliarios y que planificaran con estricto sentido estético la disposición de sus edificaciones.

Con el bahareque se levantó en el Antiguo Caldas la mejor arquitectura y el mejor urbanismo regional de la historia de la república de Colombia, si se juzga dentro de la llamada "arquitectura sin arquitectos" o "arquitectura popular", según se define la erigida sin la participación de especialistas con formación académica. A la vista está Salamina, declarada Patrimonio Nacional, donde todavía ni el llamado "progreso" ni los temblores han sido capaces de producirle daños irreparables a lo que es el principal aporte de los caldenses a la cultura nacional, y a la vista están otros ejemplos puntuales o de zona en diferentes poblaciones de la región.


Conclusiones

Conseguirle un reconocimiento mayor a esta arquitectura no depende tanto de lo ocurrido y lo que existe, sino de lo que hagamos. Tenemos unas formas arquitectónicas y urbanas tan buenas como las mejores del mundo en su tipo, un fenómeno de evolución tecnológica sin igual, adaptado a una auténtica Cultura Sísmica Local, y un marco de realidades naturales, económicas, sociales y culturales de una riqueza sorprendente y también sin par, es decir, poseemos un fenómeno de tantas calidades y tanto tan particular, que, sin duda, constituye un valor de importancia universal. Y ahí está Salamina, sobreviviendo a pesar de las muchas asechanzas, a la espera de que tramitemos, y logremos, que la UNESCO la reconozca como Patrimonio de la Humanidad.